miércoles, 28 de noviembre de 2007

Í C A R O

En la mitología griega, Ícaro (en griego antiguo Ἴκαρος Ikaros) es hijo del arquitecto Dédalo, constructor del laberinto de Creta, y de una esclava. Fue encarcelado junto a él en una torre de Creta por el rey de la isla, Minos.


Dédalo consiguió escapar de su prisión, pero no podía abandonar la isla por mar, ya que el rey mantenía una estrecha vigilancia sobre todos los veleros, y no permitía que ninguno navegase sin ser cuidadosamente registrado. Dado que Minos controlaba la tierra y el mar, Dédalo se puso a trabajar para fabricar alas para él y su joven hijo Ícaro. Enlazó plumas entre sí empezando por las más pequeñas y añadiendo otras cada vez más largas, para formar así una superficie mayor. Aseguró las más grandes con hilo y las más pequeñas con cera, y le dio al conjunto la suave curvatura de las alas de un pájaro. Ícaro, su hijo, observaba a su padre y a veces corría a recoger del suelo las plumas que el viento se había llevado, y tomando cera la trabajaba con su dedos, entorpeciendo con sus juegos la labor de su padre.

Cuando al fin terminó el trabajo, Dédalo batió sus alas y se halló subiendo y suspendido en el aire. Equipó entonces a su hijo de la misma manera, y le enseñó cómo volar. Cuando ambos estuvieron preparados para volar, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera, ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Entonces padre e hijo echaron a volar.

Pasaron Samos, Delos y Lebintos, y entonces el muchacho comenzó a ascender como si quisiese llegar al paraíso. El ardiente sol ablandó la cera que mantenía unidas las plumas y éstas se despegaron. Ícaro agitó sus brazos, pero no quedaban suficientes plumas para sostenerlo en el aire y cayó al mar. Su padre lloró y lamentando amargamente sus artes, llamó a la tierra cercana al lugar del mar en el que Ícaro había caído Icaria en su memoria.

Dédalo llegó sano y salvo a Sicilia bajo el cuidado del rey Cócalo, donde construyó un templo a Apolo en el que colgó sus alas como ofrenda al dios.

Pausanias cuenta una versión más prosaica (Beocia, xi.4) en la que ambos huían a Creta en barco, para lo cual Dédalo inventa el principio de la vela, desconocido hasta entonces para los hombres. Ícaro, navegante torpe, naufragó frente a la costa de Samos, en cuyas orillas se encontró su cuerpo. Heracles le dio sepultura en esa tierra que desde entonces se llama Icaria.





El mito de Ícaro aborda temas como las relaciones padre-hijo y el deseo del hombre de ir siempre más lejos, aún a riesgo de tener que encontrarse cara a cara con su condición de simple ser humano.

sábado, 24 de noviembre de 2007

PLUMASDELANGELCAIDO

Tengo alas para llegar hasta ti. Un ángel moribundo seré y mis plumas caerán a tus pies. Dame el calor de tu respiración, el tacto de una delicada caricia que recubra mi piel.

Puedo darte mi corazón para comer. Mis sentimientos alimentarán tu sonrisa. Quiero ser tu ángel, una hermosa figura apasionada, un suave querubín, un prisionero del cielo en tu mirada.

Volaré más alto que nadie, llenaré la noche de flores para así contentarte. No rehuyas de mi, soy un ser de aire. Con mi alma abierta de par en par, invisible, cercana a sueños que te guarden.



jueves, 22 de noviembre de 2007

N A D A S O B R E E L A B I S M O

“Soy Esainlá, hijo de Tarm, de la tribu de los Uluris.


Durante aquella noche eterna, cuando los ojos de la mujer caída del cielo eran tan intrigantes y reveladores a la luz de las estrellas, encontré la entrada secreta al lago. La bruja dijo, una vez elegida la señal, deberás de buscar dos árboles contiguos, uno grabado con el símbolo del rayo, otro con el símbolo del sol. Encontrados estos, la entrada no estaría lejos, quizá entre ambos. El bosque y en él cada uno de sus árboles, dedicados a los dieciséis dioses, parecían observarme agitados por el viento. Recuerdo aquella noche como la más luminosa de mi vida, tal vez porque poco después me adentré en la gruta y en esa nueva oscuridad la emoción de la búsqueda resultó ser más embriagante.


La entrada se dibujaba en la roca formando un triángulo estrecho. Una vez dentro, se abría mientras descendía abrupta, pero accesible. Mi ahora nueva silenciosa acompañante me miraba, queriendo comprender cuando debíamos detenernos, tras habernos arrastrado juntos uno detrás del otro durante un trecho por la cavidad así horadada. Seguimos hasta que la luz del exterior ya no fue visible desde nuestra posición, pero pudimos incorporarnos. Froté entonces entre sí las puntas de dos flechas para hacer arder un tocón de madera impregnado en aceites. Luego utilicé éstas para mantener el fuego en alto, atándolas entre sí fuertemente, evitando así que la madera se moviera.


En el fuego cercano, su rostro brilló, en un reflejo parecido al brillo del alabastro. Su piel tenía el aspecto de la roca recién pulida, quizás por las pequeñas gotas de sudor que, como perlas, ahora aparecían en sus contornos. Así se convirtió en el misterioso ser alado que me acompañaba hasta las aguas prohibidas, descendiendo siempre, mientras nuestros descalzos y exánimes pies, chapoteaban en charcos negros, donde el lodo a veces era espeso y el camino quería no tener fin.


Le he contado las historias de mi pueblo. No soporto la penumbra en silencio. La roca parece estar tallada a nuestro paso, quizás por ser este el cauce de un antiguo afluente. No parece ser obra humana, aunque quizás sí de otra clase de cultura olvidada, la de los Escariases, los diminutos alados que brillaban como luciérnagas, según contó el primer niño guerrero cuando salió de las profundidades de la tierra. Ellos sabían donde estaba el lago, por eso era fácil suponer que cruzábamos por un acceso creado, esta vez, no por la mano del hombre, ni por el paso del tiempo o turbulentas y feroces aguas, sino por la presencia de fuerzas mágicas más antiguas que la propia naturaleza.




miércoles, 21 de noviembre de 2007

EL VUELO DE IKARUS

NO SE A DONDE ME DIRIJO, PERO ME GUSTA CADA VEZ MÁS...