miércoles, 12 de diciembre de 2007


Estaba dentro de la cueva de Serpiente Silencio. Eso fue lo primero que pensó al abrir los ojos. Las paredes recubiertas con dibujos sobre fondos de vivos colores lo corroboraron. Esas pinturas evocaban la más antigua magia de la que el ser humano era capaz.

Ella apareció sigilosa a su espalda, del mismo modo en el que le había cogido desprevenido para dejarle inconsciente. Estaba atado a un ancho tronco encajado entre la tierra y el techo sinuoso. Sólo Utalami sabía como habría podido transportar la bruja aquel tronco hasta allí, para luego alzarlo y encajarlo como única columna visible dentro de la cueva. Al mirar los detalles iluminados por dos grandes antorchas, Tarm vio como el humo se elevaba y se unía en una sola y difusa línea hasta desaparecer por un agujero inaccesible. Si quería escapar, sería complicado encontrar la salida. El suelo estaba cubierto con alfombras de ramas entrelazadas, donde pequeñas estatuillas de hueso y bronce se levantaban.

- Hola, Tarn. – Dijo la bruja, mirando con sus ojos lobunos de cerca las facciones del guerrero que había caído en su trampa.- Parece que nuestro plan ha tenido éxito.

- ¿A qué te refieres?

- ¿No lo entiendes todavía? Buscabas a tu hijo y ahora aquí nos encontramos, lejos de las miradas de la tribu, en mis manos exclusivamente. He soñado siempre con este momento.

- El pueblo entenderá. He tenido que buscar a mi hijo en las cuevas sagradas sin el permiso de los dioses...

- Tonterías. Tarn. Nadie tiene porqué entender nada. Esa no es la cuestión ahora, sino saber hasta cuando te negarás la verdad a tí mismo para evitar la respuesta a la pregunta que bien conoces.

Un presentimiento le heló la sangre, cuando el aliento dentro de la boca de afilados dientes le reveló con su silencio todo aquello por lo que sería mejor olvidar antes de derrumbarse.

¿Dónde está Esainlá?

- No, Tarm. Esa no es la pregunta que en realidad quieres hacerme. La pregunta que te está corroyendo por dentro es; ¿Por qué ha muerto?

- No, debes estar mintiendo. Por favor, no puedes hablar en serio.

- Deja de balbucear y afronta tu destino. Mikram sabía que te opondrías a la guerra contra los Fulgrum, por eso planeamos hacer desaparecer a tu hijo en la pruebas de iniciación. Por eso estás aquí. Por eso ahora tu vida vale menos que una piedra.

Su hijo había muerto. A eso se resumía todo.

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